Estados Unidos de Norteamérica había tenido elecciones cerradas y polarizantes en su historia, pero nunca una en la que una buena parte del electorado creyera firmemente que los comicios se dieron bajo un proceso de fraude. La arquitectura de las redes sociales ha recreado el mundo bipolar, pero ya no entre comunismo y capitalismo, sino entre dos bandos –los que sean– que simplemente no pueden escuchar, y por ende, entender a quien piensa diferente. La diferencia se entiende como un agravio insoportable, un error a corregir, y no una característica propia de la sociedad y de la democracia. A tal grado ha llegado la incapacidad de diálogo entre ciudadanos que hay un dato aterrador: 30 por ciento de quienes se identifican con el todavía presidente Trump apoya la “toma del Capitolio” de la semana antepasada por increíble que parezca. Ese es el país que va a gobernar Joe Biden, un hombre de 78 años ( baby boomer) que tal vez llegó tarde a la presidencia pero, para las condiciones actuales, llega justo a tiempo. Biden es un político de carrera, legislador, diplomático, generador de consensos. El opuesto perfecto al empresario –no político, radical, disruptivo y provocador histriónico– que abandonará la…
El consenso fue absoluto: todos queríamos que 2020 terminara. Al igual que en 1985 o 1994, este año se hizo interminable por el dolor y la incertidumbre provocada por la pandemia de Covid-19. 2020 cierra también una década marcada por dos variables que han marcado el siglo XXI: el acelerado, exponencial, desarrollo tecnológico y la influencia digital en la vida cotidiana, y la emergencia de regionalismos y reacciones a la globalización. El mejor ejemplo de ello es que la década arranca con la implementación del Brexit en Inglaterra, síntoma de los factores antes descritos en total sincronía, penetración digital en la política y banderas regionales o nacionales por encima de la idea de una aldea global. La derrota de Donald Trump en las urnas es un revés –el primer revés relevante– de la marcha poderosa de los regionalismos, pero no es el final de la historia. El desarrollo y democratización de tecnología seguirá y se intensificará a lo largo de esta nueva década a niveles superiores de los de finales del siglo XIX, cuando las bombillas pasaron de iluminar exclusivas avenidas a entenderse como un elemento estándar de una casa o una llamada telefónica que rompió para siempre el paradigma…
Cuando la palabra coronavirus empezó a hacerse frecuente en los medios de comunicación, llegaron también las referencias históricas: una crisis sanitaria no vista desde 1918, un golpe a la economía equivalente al de 1995, una pandemia sin precedente para la industria, el comercio, el turismo, la convivencia. A unos días de terminar el año, vale la pena reflexionar y ponderar esos vaticinios. Ni México ni el mundo son lo que eran en 1918 en términos sociales, económicos, demográficos, democráticos y un largo etcétera. A principios del siglo pasado, la pandemia acabó de destruir a Europa, erosionada por la guerra más cruenta de la que se tuviera registro hasta ese momento. La diezmada población, la golpeada economía sólo recibieron la estocada final con la gripe española. Nada que ver con economías que parecían haber logrado plena recuperación tras prácticamente una década de luchar contra los efectos de la crisis financiera global de 2008-2009. ¿En qué se parecen entonces 1918 y 2020? En lo que sí hay similitudes es que hay un campo fértil en medio de la devastación económica para planteamientos radicales, antidemocráticos, racistas y regionalistas. Cuidado con los liderazgos de ultraderecha o de extrema izquierda, que germinan en el caos…
El diferendo político más relevante de este año entre estados y la Federación, que muy probablemente así siga siendo en 2021, tiene que ver con lo que algunos gobernadores, por un lado, y el Ejecutivo federal, por el otro, entienden por federalismo hacendario. Del lado de los gobernadores –todos de oposición– se reclama una recentralización de las decisiones y los recursos; del lado del gobierno federal, se defiende la necesidad de ejecutar programas con eficacia y verticalidad. Este debate no es nuevo, de hecho, es históricamente fundacional e inherente a México. El siglo XIX es un aparador de constituciones centralistas y federalistas, cada una defendiendo las virtudes de su propia causa. Como se sabe, la batalla histórica, al menos en la Constitución, la ganó el federalismo. Pero, ¿por qué México regresa una y otra vez a este debate? Tal vez se deba a dos factores esenciales: primero, somos un Estado que se formó de manera centrífuga, es decir, desde el centro político hacia lo que hoy conocemos como entidades federativas. Una simple prueba de ello es que hasta principios de los años 70, nuestro país tenía aún dos “territorios”, los hoy estados de Quintana Roo y Baja California Sur. Nuestra…
Hace un año escribía en este espacio que si nada ocurría, el presidente Donald Trump tenía asegurada la relección por la buena marcha de la economía estadunidense. Luego ocurrieron dos cosas fuera del escenario: la pandemia por el nuevo coronavirus y el asesinato de George Floyd que puso las tensiones raciales en el centro de la contienda del pasado 3 de noviembre. Las ciencias sociales, en especial la economía, nos enseñan a hacer análisis con la evidencia disponible, dejando con letras pequeñas y asteriscos la posibilidad del error a partir de hechos futuros y fortuitos. Ahí es donde entra en escena la prospectiva política, que más que hacer pronósticos, lo que trata es de construir diversos escenarios no para adivinar lo que habrá de ocurrir, sino para considerar que cualquiera de los resultados no resulte una sorpresa. Dicho eso, parece pertinente en la entrada del último mes de este por demás atípico 2020, esbozar cómo imaginamos el 2021 y por qué. Estados Unidos cerrará un año paradigmático y de claroscuros. Por una parte, destacan, y no para bien, en el manejo de la pandemia. Sus elecciones dividieron a la sociedad y polarizaron a un electorado que por décadas se había…
Pensilvania terminó inclinando la balanza a favor de Joe Biden, quien será el 46 presidente de Estados Unidos. La hazaña no es menor: los demócratas necesitaron 74 millones de votos (la mayor cantidad registrada por un candidato en la historia) para ganarle a Donald Trump. Para muchos, el triunfo de Biden representa el regreso a la institucionalidad y a la cordura. Los más optimistas creen que su estilo de liderazgo permitirá unir a un país profundamente dividido en lo político, en lo racial y en lo económico. Ojalá que así sea. Una conducción menos caprichosa y errática de la política exterior, favorecerá a México. La eventual re adhesión de Estados Unidos al Acuerdo de París es fundamental para frenar el calentamiento global. El tener a un presidente experimentado, que respeta a la oposición y favorece la construcción de acuerdos, augura buenas cosas para nuestros vecinos en los próximos cuatro años. Lo que no puede obviarse es que Donald Trump cambió el curso de la historia de esa nación. Su posición pública fue claramente xenófoba, chauvinista (supremacismo estadunidense), defensora de la raza blanca por encima de las demás. Su desprecio por la prensa, por América Latina y su visión maniquea quedarán…
Este 2020 será marcado por tres grandes factores interrelacionados: la pandemia de Covid-19, la crisis económica que atrajo y la elección presidencial de Estados Unidos. A una semana de los comicios, vale la pena analizar la fotografía del momento tras el segundo y último debate entre Joe Biden y Donald Trump, y cómo la personalidad del presidente estadunidense ha movido los linderos de la política y modificado la manera en la que entendemos. Nos guste o no el estilo de Trump, su irrupción en la política significó un terremoto para las formas y tradiciones entre demócratas y republicanos. Su mayor cualidad ha sido la de presentarse como un no político en tiempos en los que los ciudadanos desconfían de los políticos profesionales, aglomerados en eso que llamamos el establishment. En el más reciente debate, Trump se lo dijo a Biden en repetidas ocasiones: hablas como un político, Joe, por eso gané hace cuatro años. Es cierto, los 47 años de experiencia política y legislativa de Biden –algo que hace una década parecería un gran activo– es su principal debilidad. Como observadores y ciudadanos de un país que se ve afectado directamente por lo que suceda en Washington, no deja de…
Estar en desacuerdo es parte fundamental de la democracia. Así, las visiones homogéneas y los pensamientos únicos son propios de dictaduras y teocracias. Sin embargo, la democracia también es el instrumento para acercar posiciones y encontrar una agenda común. Es sano coincidir en los objetivos a lograr y disentir en los cómos para alcanzarlos. Es democrático que haya diferentes puntos de vista y se enriquezca así la vida pública. Así, lo que hoy empieza a ser preocupante, por sistemático y global, es el grado de polarización social en las democracias modernas. ¿Los ciudadanos se volvieron de pronto más radicales?, ¿las posiciones se volvieron irreconciliables? La respuesta es sí y una poderosa razón de ello está en los dispositivos móviles electrónicos que todos usamos compulsivamente a diario: las redes sociales han contribuido de forma determinante a la polarización y a eliminar el centro político. La gran pregunta es cómo y para qué. Ellas crean un perfil detallado del usuario: edad, sexo, ocupación, hábitos, intereses, compras en línea, visitas a sitios web, contenidos y un larguísimo etcétera que constituyen una radiografía perfecta de lo que somos en lo individual. A partir de esto, las redes ofrecen a los anunciantes la posibilidad de…
Una característica de estos tiempos es la falta de certidumbre. Por ello es oportuno acudir a la teoría del caos, que dice que la más pequeña variación en un entorno prexistente puede provocar un cambio mayúsculo en el resultado de un sistema determinado. Sabemos que es imposible predecir los resultados de un sistema complejo. El clima, el cuerpo humano, fenómenos astrológicos y el desarrollo político del mundo o de un país son ejemplos de sistemas que tienen variables y constantes cambios en sus resultados. Los ideales, nuestros planes y la expectativa en el otro pueden llegar a cumplirse y algunos deben buscarse todos los días, pero también debemos aceptar que las cosas no sucedan como las proyectamos. Debemos aprender a vivir con el cambio, la sorpresa y el fracaso. Aceptar la condición imperfecta del mundo nos ayuda a aceptarnos a nosotros mismos y a crecer con ma-yor empatía y tranquilidad. Sin embargo, también hay que ver la belleza en el mundo, la cual muchas veces damos por sentada y dejamos de valorar. En años recientes hemos sido bombardeados a diario por un sinfín de malas noticias. El cambio climático atenta contra millones de personas, especies animales y ecosistemas. El resurgimiento…
A unos meses de la elección presidencial en Estados Unidos y a menos de un año del proceso electoral para renovar alcaldías, gubernaturas y la Cámara de Diputados, entre otros cargos de elección en México, vale la pena reflexionar sobre en qué medida la marcha de la economía determina los resultados electorales. Con cierta facilidad, se podría argumentar que si la economía prospera, si el dinero fluye a los bolsillos de los ciudadanos, si hay trabajo y capacidad de compra, el gobierno en turno tiene mayores posibilidades de mantenerse o resultar relecto. Esto ha sido una variable histórica, comprobada a lo largo de muchas décadas de democracia representativa. Sin embargo, hoy día esa asociación parece no ser tan lineal, como antes. Hay percepciones sutiles que matizan el impacto del factor económico –para bien y para mal– en el ánimo de los electores. Así, un gobierno exitoso económicamente hablando puede resultar un desastre en términos electorales, si la discusión pública se centra en otros temas, o si los ciudadanos atribuyen todos los éxitos económicos al esfuerzo personal, y todas las trabas, al gobierno. Recordemos el caso de Barack Obama en 2016: los electores votaron a Trump como si Estados Unidos hubiera…